Mi Primera Caminata
Flavio Uriel Ayalon
Jerusalem
No era más que una tarde cualquiera, de esas que uno decide salir a caminar sin razón clara, solo por estirar las piernas o dejar que el pensamiento fluya al ritmo de los pasos. Era mi primera caminata larga en mucho tiempo. La ciudad tenía un aire distinto ese día, como si supiera que algo estaba por suceder.
El sol comenzaba a caer, tiñendo las aceras de oro viejo. Cruzaba la plaza cuando la vi. Sentada en un banco, con un libro abierto entre las manos, aunque no leía. Miraba alrededor como quien escucha con los ojos.
Y de pronto, me miró.
No fue una mirada fugaz, de esas que se pierden entre la multitud. Fue una mirada directa, suave y decidida a la vez, como si en un instante hubiera leído una página entera de mí. Algo se me desacomodó por dentro, como si el corazón, por un momento, se hubiese quedado sin palabras.
No hablamos ese día. Bastó con ese cruce de ojos. Me fui caminando con una sonrisa tonta y una certeza: alguien me había visto de verdad.
Desde entonces, cada paso que doy guarda un poco de aquella tarde. De esa primera caminata. De esa primera mirada.